La hojita. Cuento.

Traía unas galletas, para matar el hambre. Llevada ya allí sentado esperando hora y media y nadie me daba pie a ser el sujeto que esperaba. Debía ser fácil, no esperaría mucho, hasta aquí quedaba mi sospecha. Quedé frío al ver que un muchacho me hacía una seña. Me indicaba dónde seguir. Primera vez allí, no era para más que me guiaran. Había jurado que desde un tiempo ya había cumplido religiosamente lo que me habían pedido. No había fallado, pero ya me obligaron a venir esta vez. No quería, todo era tan blanco, el sofá tan cómodo. Terminando de masticar una galleta, degusto el sabor como si fuera la última en mi vida. Y entonces me percato, allí estoy, 7 años, frente al espejo del pasadizo que da al consultorio del dentista. Mi mamá me decía que el dolor en las muelas, así me cepillara diez veces, no cesaría. Tuve que venir, no por perder la lucha contra el dolor, sino por haber estado llorando en el baño y me encontraran allí. Ya me dicen que es rápido, que el dolor no seguirá. No entiendo porque tanto si ya se van a caer. A todos mis amigos ya se les cae. Se ven como viejitos, pero ellos dicen que es la muestra de que ya se están haciendo grandes. Dicen que con eso ya pueden comprar los periódicos llenos de calatas. Mi papá compra de esos, pero los deja en el carro. Un par de veces, me lo he sacado y lo he llevado al colegio. Todos se sorprenden cuando les digo, de pura mentira, que el del quiosco cerca a mi casa, me lo vendió sin decir nada. Cuando a todos, el señor que vende diarios nos echa de allí cuando se da cuenta que no leemos los titulares. Solo espero que ya empiecen de una vez a caerse uno a uno, cada diente. Las niñas son todas iguales, lo he concluido. Todas huelen a shampoo y traen el pelo bien peinado. con el uniforme, ya uno no las distingue. Por suerte, no todas llevan el mismo nombre. Salvo una que me ha sorprendido, que con una letra que a mi mamá le hubiera encantado que yo tuviera en tan limpia hoja, porque me ha tirado una hojita a la salida. La he llevado hasta el dentista, para que me la lea, no quiero contarle a mi mamá hasta que me asegure lo que dice. No entiendo para que es el colegio, si con los trompos yo soy todo un capo, he visto partirse varios de esos que los compran en el mercado. El mío tiene hasta nombre, Filo es uno de los tres que tengo. Sé cómo le ponen el clavo a la madera y yo mismo hice a filo. Así me aseguré de que calce en mi mano. Que recreos cuando apostamos un sandwich o una chicha, tengo mi propina completita y como gracias a los demás. Ahora me pide que abra la boca, el doctor al ver que traía una galleta me pidió que le invitara una y entre hablando con una señorita me dijo que allí había un baño y me enjuagara la boca. Empieza a echar un vistazo que solo es para contar, dice. Van uno, dos.. así hasta cinco. Apenas pudiendo vocalizar mientras me revisaba, le preguntó qué son esos cinco. Me explica que son la causa del dolor de muela y que con un pequeño dolor que sentiré, las extinguirá. Me parece suficiente y me quedo quieto, echado con la boca bien abierta. Así le doy una buena impresión y me ayuda con mi hojita. Mientras empieza a sonar un aparato dentro de mi boca, me acuerdo que ya algunos están usando lapicero. Yo debería usar, pero me dicen que debo mejorar. No me convence, a Pedrito le han dado lapicero y no debería usar porque la mis no le dijo nada, pero en la salida la otra vez su mamá habló con la profesora y de seguro la convenció para que lo dejará. Porque bajó al patio, donde estábamos con los trompos, con una sonrisa inquietante. Se puso a jugar y le quité su sonrisota cuando le rompí el trompo. El muy tonto lo deja echado el trompo, no se da cuenta que así es más fácil partirlo. Un dolor me devuelve al consultorio. El doctor me dice que no cierre la boca, que ya va a acabar, pero el dolor es tan fuerte y rápido en ciertos momentos que hago un puño duro para soportarlo y arrugo la hojita. El doctor me dice que programarán otra cita con mi mamá, que espera afuera. para terminar con las otras dos curaciones que restan. Antes de salir, le pido que me lea lo que dice en esa hojita. El doctor lo abre como quien abre un pergamino, pero este arrugado y me dice que no puede leer nada. Me lo devuelve y noto que la tinta se ha corrido.

Instante eterno. Cuento.

A veces la única manera de saber cómo te sientes es leyendo. No sé. Tal vez de alguna forma uno ve lo que quiere ver, pero te llego a entender. Comprendo más lo que pasa y así como pasa, no titubeo por lo que viene. Sigues postrada, mamá. He estado siguiendo cada línea que te gustaba echar un ojo antes de irte a acostar. Las canto con dulzura para ti, porque te gustaban esas cosas, leer esos libros y que alguien te acompañara con la lectura, me leías aquellas obras. No entendía ni un cuarto, pero sentía el afecto, que hoy cuando me escuchas sientes tú y a veces al oírlas liberas unas perlas de los ojos.
Todo pasó tan rápido. Ibamos de campo. En el almuerzo, sonó el teléfono y de repente algo te paralizó. Algo que yo no llegué a oír. No sé cómo te pude dejar contestar el teléfono mientras almorzábamos. Fue un instante tan rápido, que corrí por ti mientras gritaba por ayuda. Todo en un solo instante. Y ahora aquí leyendo juntos, aunque no puedas moverte para darme un abrazo encuentro esa pureza en tus ojos que me expresan todo. Por ti aprendí a entender esas formas de afecto. Esas maneras de decir tanto sin tan solo abrir la boca para pronunciar una sola palabra. Balbuceas algo a veces. Siento que me quieres hablar, pero no hay prisa. Yo sigo allí y no me marcharé. Así he empezado a hacer mi biblioteca, la que era tu biblioteca. Me río a veces y pegado me quedo otras a esas tramas que tú releías y adorabas. Me volví tu cuenta cuentos y me agrada que tú seas la que escucha, la oyente atenta que sin alguna obligación escucha por placer a sus sentidos. Y así feliz, sentado una tarde como muchas otras mientras te leía un poema, el atardecer cayó y una nubla oscura sobre la ciudad se tejió, elevé la mirada para sonreír contigo por esas estrofas llenas de amor, pero ya no tenía tu atención, ya un aparato tibiaba una línea, una completamente pálida. La habitación incendiaba en gritos, tú eras el silencio y la calma, la paz y la armonía, tú eras la que me dejaba.

Frío invierno

He dejado mi libro, lo he abandonado, a medio leer y boca abajo sobre el sillón se ha quedado. He oído el sonido característico de cuando tú me hablas al celular. Y nada me ha importado, no encontré mis sandalias y en esa mayólica fría y del color de un glaciar, blanco azulado, he saltado descalzo hasta mi cuarto donde está el cargador sujetando mi celular.
Y me he percatado que llevas tiempo de haber dejado tu mensaje. Me apuro en contestar, no quiero hacerte esperar. No me gusta que esperes y más si estás en linea. Te acabas de levantar y te animaste a hablar. Que genial se siente saber que soy lo primero que se te vino a la mente esta mañana fría, con corrientes de aire que por los pequeños hoyos en las ventanas se meten y hacen ese sonido parecido a cuando silban, en las noches ese efecto da pavor y más da frío, pero me cubro con unas docenas de colchas. Ya no puede enfermarse uno así nomás, hay deberes para el día siguiente y no se puede dar el lujo de quedar postrado implorando un caldo de pollo para curar. Más si anda solo en la casa, uno solo tiene que atenderse. Delicado y triste.
Te doy los buenos días, que de buenos me los has dado tú. Me animo a contarte lo que leo. Es el libro que querías que lea. Eres muy paciente conmigo y comentas sobre él. Me aclaras dudas, como lector despistado que soy, me salto párrafos interesantes aun cuando he pasado la vista por cada palabra que lo compone, pero allí estás tú.
Quedamos para un café en la tarde. Espero el frío siga así, tal vez y acabamos en mi casa. Total no habría que estar atentos a la llegada de alguien y estaríamos más cálidos que solo con un café. Ambos acurrucados jugando a quién destapa al otro para, a propósito, perder. Así vienes hacía mí y eres tú la que me quita el frío. Contentos ambos de estar al lado del otro, respirando pausado, jugando con tus cabellos, olerlos y grabar ese momento para la eternidad, empezar a recordar cada escena en mi mente y no olvidarlo nunca. Estar ebrio con tu voz, pero sobrio para responderte. Estar loco cuando sin invitación tuya me adentro bajo tu polo, pero cuerdo para cuando me pides que todo sea más pausado. Estar embobado cuando te veo, pero mostrarme serio cuando preguntas cuál te da mejor. Estar bendecido por haberte encontrado, pero castigarnos cuando entre sábanas empezamos a sudar de pasión.

Calle con pendiente. Cuento.

«Feliciano levántate, vamos por una gaseosa». Felipe había metido dos goles y todos ya cansados estaban tirados en distintos puntos del patio de la escuela. Feliciano había anotado un gol, si un gol que era digno de celebrar. Había sido un cabezazo en el ángulo. El problema era que él era el defensor y aquel gol había sido en el arco de su equipo. Le llenaba de rabia no haber reaccionado haciendo pechito o haber dejado que el arquero se encargue. Feliciano buscaba alguna rajadura, tirado sobre el concreto frío, en el techo.

Se echó a andar y fue por su bebida junto a Felipe. Él, además de ser de su equipo en esa ocasión, era su amigo. Vivían en la misma cuadra y era común verlo siempre pasar por la puerta al atardecer yendo a la tienda de la esquina por su gaseosa y un snack. No era muy aplicado. Ninguno de los dos la hacían de alumno destacado. Iban bien en la escuela a excepción de uno a otro curso que ya era frecuente eliminar todo rastro cuando entregaban los exámenes. Cómplices ambos le daban fin a todas las pruebas entregadas. Borraban sus nombres y las echaban directo al tacho. Tenían un sentimiento de maldad único, ambos después de haber hecho tal majadería iban por el pasadizo, echándose una mirada disimulada, reían  a carcajadas. Felipe le decía «si mi mamá se entera, me parte en pedazitos». Eso era claro, Feliciano corría el mismo riesgo. Y ambos entre frases disimuladas prometían eterno silencio al otro compañero, comenzando por no hablarlo con los demás. No querían algún chismoso por allí. Ya le habían descubierto antes, Feliciano ocultaba sus exámenes en un viejo casillero, que era suyo, había perdido la llave y no encontraba forma de abrirlo. Era el mejor escondite. Menudo error. Alguien le vio haciéndolo y fue con el chisme al tutor. Llamaron a sus papás e implorando por su perdón, metió excusas, todas tontas. Su padre llegando a casa, le iba a propiciar una paliza, pero ya había planeado lo que haría llegando: subiría por las escaleras sin detenerse, ingresaría a su cuarto y no abriría la puerta por su protección. Cuando llegaron, vieron a alguien con maletas en la puerta, era la hermana de su papá, había llegado de viaje y pasó a visitar, a buscar hospitalidad también. Su papá saltó en un pie al verla, toda la rabia se le había ido. Con todo eso, Feliciano pensaba en quién habría podido ser, no tenía enemigos, pero no entendía quién habría estado viéndolo en el recreo, cuando todos jugaban a la pelota. Debió haber sido una chica, pensó.

Regresaron con los demás, Feliciano y Felipe se estaban por acabar sus gaseosas cuando alguno por allí notó que quedaba poco y le pidió que le invitara. Riendo entre bromas, le tiró la botella de manera que la pueda coger, sin pestañear José le recibió y de un tiro se tragó todo lo que quedaba. Ya todos estaban cansados, ya no iban a jugar y además se hacía tarde. El programa favorito en la tele de Felipe iba a empezar y echó un grito para  despedirse de todos. Feliciano lo siguió. Así se hacían compañía hasta llegar a la cuadra. Empezaron a hablar de aquella vez que querían prenderle fuego a sus exámenes en vez de echarlos a la basura. Había menos riesgo de ser descubiertos. Lo pensaron bien y echaron a reír, ya se acababa el año y le estaba echando ganas. Además si su papá lo descubría haciendo lo mismo con los exámenes le daría una paliza bien merecida.

De repente, ella bajó llorando, estaban en una calle con pendiente, ellos la subían. Ella corría cuesta abajo llorando. Se enjauló en los brazos de Feliciano. Hace mucho tiempo que no hablaban. Estaban en el mismo salón y reían un poco, pero no eran tan cercanos. Felipe la saludó. Feliciano al instante le dio calor y empezó a interrogarla de manera sutil. No la dejó de abrazar, ella moqueaba y chillaba, con todo eso trataba de hablar. Le entendía poco, pero le entendía. Le empezó a hablar al oído y a pedirle que se calme. En la vía pública, se oía muy ruidoso el lloriqueo de una chica. Ella trataba de calmarse, pero volvía a llorar. Que suerte que Feliciano se había puesto la loción que su papá le había regalado en su cumpleaños ,el año que  había entrado a la secundaria, su madre decía que volvería loca a cualquier chica, que ella lo aprobaba, olía muy bien ese día. Y sintió que ella lo notó. Sentí sus pechos contra mí. Sentí como dos puntitos que yacían erguidos le punzaban el pecho. Lo sentía. Algo en Feliciano también empezó a despertar, no era un buen momento, pero era un chiquillo y le faltaba algunas cosas regular. El buzo dejaría notar todo. Trató de pensar en algo más. Ella empezó a hablar más seguido, su chico le había dejado, él era el pañuelo. Menuda situación. Ella seguía refugiándose en su cuello con sus manos cobriéndole como una chalina. Al tratar de querer oírle mejor, giró hacia ella, ella subió la mirada e iban a sellar con un beso el cuento roto de hadas de ella, pero él se alejó, no quería que ella notara a su amigo levantado. Ella por suerte no lo notó, pero de repente al ser rechazada de esa manera su gesto se deslucido, cambió radicalmente. Empezó a gritar «eres un imbécil» «qué pavo eres»… Feliciano le iba a explicar, quería besarla. Entonces ella en esa amargura soltó «no me arrepiento de haberle contado al tutor lo que hacías con tus exámenes desaprobados». En ese momento Feliciano también  cambió el gesto. Se enfrió completamente. Era por ella que casi le golpean, era su culpa por desaprobar, pero no pensaba en eso en aquel momento y lo único que atinó a decir fue «Yo te quería besar».

 

A diez pasos

Y es difícil haber dado en tus palabras todo. Generar un todo, tu todo. Pero esparciéndose todo y notando se nada. Ahora quieres entregar el todo, pero no quieres algo fingido. No es justo entregar algo fingido sabiendo que ya lo has dicho. Construir nuevas formas de llegar, sin tener que el mismo rumbo ni el mismo recorrido. Pero algo falla desde el inicio. La veo pasar y me quedo privado. Nada ha cambiado mientras entre lineas busco una razón. Todo está fuera de las manos del cobarde. Vaya que cobarde he sido por dejar que mis manos hayan dejado correr aquella pureza. Cobarde es lo que de niño me prometí no ser. Y ahora en el amor, enjaulado en mí mismo no puedo dar un sencillo paso que me separa de la puerta de las rejillas. Cuando uno mismo llega al punto de quedarse dentro y tragarse las llaves para(no) salir. Sufriendo en esa melancolía como al frío del invierno. Sufriendo por el debí haberlo hecho; sin embargo, no lo hice. Me contagio de mi propio pensamiento, hundido y vacío, errado sin haber marcha atrás, las oportunidades únicas no son para todos, hay ese grupo que los conocen como perdedores. Pero perdedor no quiero ser y estar contigo (que a veces internamente suena tan paradójico) quiero. No existiría. No se qué es lo que se siente y cómo se siente, mas ahora se lo que se sufre.